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Una creación de Martínez Soria en “¡Guárdame el secreto, Lucas!”
ABC, 19 de Febrero de 1977
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1902 ya ha montado Feydeau su gran mecanismo de relojeria
teatral, ya ha resuelto el dificilísimo problema de
situación que consiste en poner frente a frente en el
escenario a los dos personajes que, por razón del equivoco
básico del enredo, no deben encontrarse jamás para que el
equivoco no caiga destruido. Joaquín Abati y Federico
Reparaz demuestran que para ellos el arte del enredo, de
poner frente a frente a los personajes incompatibles y sacar
de la situación imposible nuevas situaciones más enredosas,
es juego de niños.
1977. Dionisio Ramos consuma el difícil ejercicio de
remozar ese viejo y arduo juego de composición teatral y dar
al mecanismo viejo efectos actuales. Eso es lo que ha
logrado con “¡Guárdame el secreto Lucas!”, madeja liadísima
en torno a un embustero, y que a cada nuevo equivoco produce
una nueva serie de carcajadas. Comedia de enredo, pues, en
la que se dibuja, sobre todo por la fuerza del actor, un
personaje humano, cargado de naturalidad teatral, el pobre
Lucas picarón, tiranizado por la esposa y metido en líos
terroríficos por la malicia urdidora de su amigo y cómplice,
Pedro. Martínez Soria acumula una gama de efectos reales,
agudamente observados en el comportamiento gestual y
prosódico de las gentes de su tierra aragonesa. Ese Lucas
suyo es una creación poderosa. El graciosísimo modo de
producir contraste cómico en la situación dramática por el
simple efecto de liar un cigarrillo a la manera campesina,
por solo citar un ejemplo, es técnica de gran maestro de la
interpretación cómica. Todo respira verdad humana en el
Lucas creado por Martínez Soria, en cuanto aceptamos la
transposición del plano natural a un plano cómico elevado
algunos grados sobre la naturalidad no escénica.
La serie de enredos, una vez producidos los tres primeros,
se ven venir. Formula exacta. Mas de una vez hemos recordado
que Tristán Bernard, gran autor cómico, decía que el publico
gusta de ser sorprendido con lo que espera. Alguno no se ve
venir y ahí esta la traca final del enredo. No le busquemos
otras intenciones, otros valores, a esta pieza, que no
aspira a otro objetivo que al muy malévolo de enviar a sus
espectadores a la cama con doble dosis de aspirina para
arreglarse los dolores de costado que le habrán producido
sus propias carcajadas. Pero hay, sin embargo, uno: el texto
que se ha acomodado a si mismo Martínez Soria, cargado de
expresiones de enorme sabor y autenticidad, volcando su
aragonesismo en el acento, la sintaxis y la prosodia de la
frase. “Chapeau”.
Un progreso en este veteranísimo autor: los personajes ya
no dependen de sus números. Viven en torno al protagonista,
y este solo se permite suspender la acción en su primera
escena, donde marca felicísimamente el tipo. Interpretación
de conjunto muy empastada. Sobresaliente esa buenísima
actriz que es Maria Isbert, figurón digno del de Lucas. Da
Hurtado muy bien su personaje. Andan seguros todos los demás,
y así se hace una pieza bien hecha. Una pieza para divertir,
para descansar, sin crítica. Solo con burla e ironía. No es
teatro nuevo. Pero no hay porque exigir que todo lo sea. Al
menos por Sófocles, al menos por Abati.
BENEFICIO
Al final de la triunfal representación el actor, señor
Cores, salio al palco escénico para agradecer a Martínez
Soria el hecho de que la recaudación del estreno (ochenta y
tantas mil pesetas, a pesar del “corte”), fuera destinada
por el actor a beneficio del Montepío de Autores, que hace
unos meses sufrió los efectos de un lamentable siniestro.
Martínez Soria aludió a la nota de un crítico que le había
inducido a este acto de generosidad. Ese crítico le felicita
y le da las gracias. De buena gana sino desaprobara todo
exhibicionismo hubiera subido al palco escénico para
entregar también a Cores un cheque de veinte mil pesetas que
dos “frescos” y emparejados actores cómicos le enviaron a su
tiempo con el mismo fin benéfico. Añádanse esos verdes
“chequeados” a la recaudación de la primera de “¡Guárdame el
secreto Lucas!” y confórtese el montepío.
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GUARDAME EL SECRETO LUCAS
Por Paco Martínez Soria un viejo zorro del teatralismo
Diario 16, 19 de Febrero 1977
He aquí una exhibición de teatro trucado, de cuquería
teatralista de la más vieja estirpe. El texto original de la
comedia procede de principios de siglo, y lo escribieron
Paso y Abatti, dos venerable instituciones de la larga
historia de nuestro teatro pequeño. La actualización y
remodelación, muy ortodoxa, se debe a Dionisio Ramos, que,
con la sana intención de hacer reír a la gente propicia,
realiza un verdadero encaje de bolillos en el arte del
equivoco escénico y el juego de saineteria ruralista.
Estas cosas se llamaban antes “comedias de enredo”, y la
definición sigue siendo buena: la inextricable madeja de los
trueques urdidos por un simpático mentiroso se devana en mil
recovecos, en docenas de “quien es quien”, hasta hacer
perder todo el sentido de la orientación al desternillado
espectador cómplice, que cuenta, en el escenario del Teatro
Eslava, de Madrid, con todos los ingredientes necesarios
para troncharse.
El marido viejo verde y picaron, que quiere correrla en
Madrid, pero al que su mujer, que es el ama del dinero, no
le deja salir del pueblo; el amigo Pillón, que ha encontrado
la manera de engañar a su crédula mujer imaginando
increíbles trolas que acababa por volverse contra el y
liarle en las propias redes que ha tenido. Y, alrededor, la
criada, las dos semiburladas esposas, los hijos que nunca se
sabe de quien son, el chico bueno, pero tonto; el chico
bueno, pero no tonto; la primita que cuenta a los
espectadores lo que pasa entre bastidores, la chica
enamorada, y esas inefables puertas de derecha y de
izquierda que sirven para consumar los llamados “mutis”, que
aquí, entre tanto ajetreo arcaico, se cuentan por centenares
He hablado antes de “complicidad” del espectador. Tal
complicidad no seria posible sin un fenómeno de
identificación del espectador con el actor-vedette,
establecido por decreto, un decreto no promulgado, pero
real, palpable en la sala, que el actor ha de saberse ganar
por su singular capacidad de implicar la risa ajena con las
minucias de su voz, su pronunciación y sus menores gestos.
Paco Martínez Soria, zorro del teatro, tipo curtido en miles
de horas de escenario, se las sabe todas y unas poco mas.
Mueve un dedo, tuerce los labios, enseña los calcetines y
“su” gente, aquí abajo, en las butacas, o allí arriba, en el
“gallinero” se monda de risa. Por algo será, aunque yo
reconozco que no lo se bien.
El “genero” sobrevive, pues, con casi un siglo a las
espaldas, permanecen en guardia algunas de las redes de la
nostalgia y también el propio cauce social de la especifica
nostalgia del sainete y sigue en pie, sobre todo, la visión
cómica que los hombres de ciudad tienen de los medios
rurales. De ahí que la figura del “paleto” siga encontrando
eco en oscuras fuentes de la risa urbana. No es, a mi juicio,
totalmente noble este tipo de carcajadas, pero hay que
reconocer, provocadas por la tremenda sabiduría de Martínez
Soria, son sonoras de verdad.
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