“TEATRO Y VIDA”. Un actor
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Diario Gaceta
Ilustrada. 1965
Me lo contó el propio José Luis
Alonso. Hace como un par de años pasaron por Madrid dos o tres
importantes figuras del Teatro de Moscú; los herederos y
actualizadores de la gran tradición escénica de Stanislavsky.
Quisieron llevarse alguna impresión de nuestra vida teatral, y José
Luis les organizó una excursión nocturna por varias de las salas
madrileñas. Como los visitantes no entendían el castellano, todo iba
transcurriendo con la prevista rapidez; pero al llegar al Eslava, el
programa hubo de sufrir un considerable retraso. “Déjenos quedarnos
aquí (dijeron); queremos ver a este actor”.
El actor en cuestión era Paco
Martínez Soria. El vigor y la plasticidad de su expresión cómica
fueron capaces de hablar con eficacia a quienes no conocían el
idioma en que esa expresión se hacia palabra. La frase de que se
vale nuestro pueblo para decir su experiencia del teatro (he visto a
tal actor o tal obra), y no (he oído a tal actor o tal obra) cobraba
así insospechada y rotunda justificación. Para que se repitiese en
mi, si tal era el caso, ese impresión de los turista teatrales de
Moscú, he asistido hace pocos días a la representación de El Abuelo
Curro, de Luis Fernández de Sevilla y Guillermo Hernández Mir. No
habré de jurar a mis lectores que la tal comedia no me atraía ni
poco ni mucho. Yo entre en el teatro Eslava con el íntimo propósito
de ver a Paco Martínez Soria, y puesto que mi idioma es el
castellano, también de oírle. Solo durante un acto; pero de tal
manera pudo sobre mi el espectáculo del actor que, como los
sorprendidos visitantes moscovitas, hube de quedar en mi butaca
hasta el ultimo descenso del telón.
“Como todos los que hacen algo (he
escrito en otra parte), los actores pueden ser buenos, mediocres y
malos. Los buenos actores regalan vida al personaje. Los actores
mediocres se limitan a dejar vivir al personaje. Los malos actores
matan al personaje; por lo menos lo malhieren”. Ahora bien: ¿en que
consiste esto de regalar vida al personaje representado? Con su
magistral interpretación de un tipo trivial y tópico, Paco Martínez
Soria me estaba dando la respuesta. El actor regala vida al
personaje que representa. Cuando con el movimiento, el gesto y la
inflexión de la voz potencia o crea en el su condición de persona.
Es buen actor, en suma, el que sobre las tablas consigue, en el
sentido más fuerte y estricto de la expresión, que Hamlet,
Segismundo o el amigo Melquíades parezcan ser verdaderas personas.
“Verdaderas personas”; es decir, seres humanos reales, vivas
criaturas de carne y hueso. “Parezcan ser”, esto es, realidades
engendradas por un acto de ficción. En el arte de dar a la vez una
impresión de realidad y una impresión de fuerte ficción consiste,
ante todo, el talento del buen actor.
¡Que espléndidamente lo logra Paco
Martínez Soria (con sus movimientos, sus gestos, con la inflexión de
la voz) en la interpretación del Abuelo Curro! Como tipo teatral, el
personaje, antes lo he dicho, es bien poca cosa, pero transfigurado
por el actor, posee de tal manera esa difícil mezcla de realidad y
ficción, que no tarda en adueñarse de todo el público. En los
niveles intelectualmente inferiores de este, por lo que el actor
hace y dice. En sus niveles intelectualmente superiores, por el modo
como el actor hace y dice; esto es, por lo que el personalmente pone
en su representación. No creo fácilmente superable (valga el dato
como único ejemplo) el modo como Paco Martínez Soria, en
determinados momentos de esta comedia, pone ante nosotros la estampa
de un viejo a la vez experto e “ido”, ingenuo y apillado, avisado e
inculto, nostálgico de “sus tiempo” y habido de vivir un tiempo, el
de la acción de la comedia, que también “es suyo”.
¿No seria magnifico ver a Paco
Martínez Soria (y naturalmente también oírle) encarnando sobre la
escena personajes de gran formato cómico? Dos me vienen ahora a la
mente: uno del teatro más clásico, el Falstaff de “Las alegres
comadres de Windsord“; otro del teatro más actual, el Wolfgang
Schwitter de “El meteoro”, de Dürrenmatt. La burbujeante comicidad
del derramamiento vital y la comicidad ácida y contenida de la auto
ironía. En los dos casos, estoy seguro, un espectáculo estupendo.
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